jueves, 11 de septiembre de 2008

La voz de un pueblo


Aunque con no pocas cautelas, el autor se muestra favorable a, cuando
menos, tomar en consideración la propuesta del lehendakari de
denunciar ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos la hipotética
prohibición de celebrar la consulta que propone Ibarretxe. Entre otras
virtudes, Álvarez Solís atribuye a esta iniciativa la capacidad de
«evidenciar aún más ciertas posturas que actúan como la carcoma en el
seno de un sector del nacionalismo».

E l lehendakari ha solicitado a la ciudadanía de Euskadi, si el
Tribunal Constitucional denegara la consulta sobre la
autodeterminación, que acuda al Tribunal Europeo de Derechos Humanos
para denunciar la opresión flagrante en que se encuentra la nación
vasca.

La sugestión del jefe del Gobierno vasco obliga, creo, a una
meditación profunda. ¿Qué hacer frente a esta petición? Porque la
solicitud de acción popular es poliédrica de contenido. Encierra cien
interrogantes, numerosas dudas y un centón de posibilidades. O de
frustraciones. Cabe preguntarse, desde un abertzalismo izquierdista,
si esa petición del lehendakari no rodará hacia otra vía muerta. El
Tribunal Europeo de Derechos Humanos es lento, pertenece a un complejo
institucional muy conservador, funciona con ópticas penetradas de la
voluntad política dominante. ¿Puede ese tribunal primar una exigencia
moral, siempre en carne viva, como es la realidad de las naciones
subyugadas por los Estados vigentes, que sirven a intereses poderosos
y por naciones que se han arrogado el papel de únicas y ciertas en el
interior de las fronteras actuales?

Quizá el tribunal europeo, ante tamaño envite, no se decida a levantar
la barrera de la opresión, para lo cual, y sin entrar siquiera en el
fondo del asunto, hay cien retorcidos subterfugios legalistas y
procedimentales. Las cuestiones de libertad son hoy abstrusas o las
han convertido en tales. La libertad se ha transformado en una energía
peligrosa puesto que facilita el camino para llegar a la verdad. Y
¿acaso se pretende ahora la verdad? Don Miguel de Unamuno enarbola
doloridamente la frase: «La verdad no se ha hecho para consolar al
hombre». Y el hombre actual necesita consolación a cualquier precio.
Este es el gran escándalo de la época, penetrada hasta la raíz de un
fascismo que ha eliminado la práctica común de la razón.

Pero, aún reconociendo un final difícil o adverso para la denuncia
europea que sugiere el Sr. Ibarretxe ante la escandalosa cerrazón de
Madrid, uno se pregunta si conseguir una masa notable de denuncias
ante el Tribunal de Derechos Humanos de la Unión Europea no avivaría
la hoguera del escándalo moral que ya ha prendido en torno a la
lamentable situación de Euskadi, como inmediatez, y de Euskal Herria
en definitiva. Aunque los magistrados europeos quemaran los papeles de
los denunciantes, las llamas del histórico abuso serían más visibles.
Éste es, a mi entender, el otro considerable aspecto de la cuestión.
Cabe meditarlo, ya que cuando no se tienen en número suficiente armas
más rotundas en la mano se debe aprovechar la fuerza del adversario
para revertirla en su propio daño. ¿Significa este propuesto recurso
una postura disolutoria del esfuerzo en pro de la soberanía? Yo
presumo lo contrario, pero ahí está el debate, que se debe abordar con
serenidad y visión extensa. Un debate verdaderamente ciudadano por
requerir directamente a la ciudadanía. Incluso cabe considerar que el
llamamiento del lehendakari a librar esta nueva batalla podría
evidenciar aún más ciertas posturas que actúan como la carcoma en el
seno de un sector del nacionalismo.

Necesita Euskadi -y, claro es, Euskal Herria- multiplicar las acciones
extrainstitucionales como invitación constante a la corrección del
rumbo, tantas veces débil, incierto o dudoso de las instituciones.
Creí ver siempre en la magnífica iniciativa de Lizarra este afán de
enderezar la institucionalidad y velar por su limpieza moral y
política. ¿Y por qué no suscitar otro brote, y lo señalo sin ningún
reparo dado su noble objetivo, de ese lizarrismo tan necesario a fin
de lograr un lógico futuro para Euskadi? La época actual precisa de un
desdoblamiento del esfuerzo político, que posiblemente haya que
considerar, como otro dato más, en la propuesta del Sr. Ibarretxe, al
que en esta circunstancia considero más como un ciudadano vasco que
como rector del Gobierno de Gasteiz. Ante el ciego empecinamiento de
Madrid la respuesta ha de ser coherente, aunque haya que habilitar
vías múltiples en la confrontación.

Por tanto, no creo que se haya de cuestionar la iniciativa del recurso
legal al tribunal europeo por ver en ella una dejación maliciosa del
Gobierno vasco respecto a los deberes que le son propios. No se trata,
como hace frecuentemente La Moncloa, de transferir a la ciudadanía un
problema que se juzga irresoluble, costumbre habitual en los Gobiernos
de España. Ni mucho menos. Es más, si la ciudadanía vasca acude en
masa a la denuncia, tanto Lakua como una serie de partidos políticos y
de dirigentes de los mismos habrán de transparentar su verdadero
fondo, se logre o no el propósito último de protección nacional vasca
que se solicita al mencionado tribunal.

Una masa de papel suficiente actuaría como catalizador del verdadero
elemento nacionalista, que ahora funciona muchas veces en una confusa
dilución en los tubos del laboratorio político. Conste, repito, que
estoy reflexionando en público sin mayor voluntad que lograr el
verdadero destino de Euskadi y, a la vez, como solicitud del debate
mediante el cual yo habría de recibir, como cualquier otro, la luz
apropiada. Una vez más reclamo la apertura de las ventanas políticas
para que en nombre de una absurda reserva y discreción no se siga
teniendo a los ciudadanos alejados de sí mismos o expuestos, de
practicar la razón dialéctica, o sea, la razón, a caer bajo la
cuchilla de unos tribunales que pasarán a la historia como radicales
podadores de la democracia, que significativamente suele definirse a
diario y por los agentes centralistas como «democracia española».
Atención al Cristo, que es de plata.

He de añadir, con la debida contención, que la lucha por la
independencia, que tiene múltiples manifestaciones, no debe entregar
nunca las instituciones creando un vacío que, como en la ley física,
siempre será llenado, en este caso por quienes destruirían para muchos
años la posibilidad independentista. Es decir, no deben exponerse a la
extinción, frente a quien tienen casi toda la fuerza material a su
favor, muchos factores que han de contribuir a la batalla sin recurrir
a la política de campo quemado. Cada cual en su trinchera y con su
papel.

Se trata, repito, de una visión a la que me lleva tanto la
consideración de la historia como una larga experiencia personal. En
el mundo actual una independencia vale y otra no; una violencia vale y
no vale una respuesta de violencia distinta. Esto debemos, creo,
tenerlo siempre en cuenta pues la sola irritación del espíritu no es
buena para la eficacia. Dicen los ingleses, en un refrán que me parece
muy significativo que «cuando yunque, yunque y, cuando martillo,
martillo». Y no ha de verse en ello demérito para la propia causa ni
debilidad en su defensa. España siempre quiso ser martillo y en la
hora actual se ve en la necesidad de defender los últimos retazos de
su imperio, que son, vergonzosamente, colonias intrafronteras,
mantenidas en tal estado tanto por la represión practicada inicuamente
por Madrid como por colaboracionistas que siempre están con el ojo
puesto en su contabilidad y la mano presta para negociar el libro
mayor.

Hasta aquí me he permitido llegar en esta reflexión pública que
tributa a mi sempiterna voluntad de hacer de la libertad ventana
realmente abierta y de la verdad en que uno cree la mejor contribución
a la armonía verdadera entre los pueblos y los individuos. Hablar sin
temor, esa es la clave de que el paso se vaya haciendo firme. Hablar
sin miedo a cualquier poder que pretenda sellar los labios, poder que
por ello siempre será condenable, porque como decía Tertuliano «nadie
puede considerar lícito un uniforme que representa actos ilícitos». En
fin, amén y vámonos a merendar.

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